viernes, 27 de enero de 2012

¿Me haces piojito?

Para mimar a alguien, en México hay una divertida expresión familiar: "hacer piojito". El mimo de una mano –madre/padre/novi@/abuel@– asoma en esta frase con la mayor ternura, y al decirla casi sentimos acariciar nuestro cabello, orejas, nuca, hasta relajarnos y quedarnos dormidos, como cuando niños. ¿Me haces piojito?
La ciudad de México presenta desde hace un par de años una incontenible epidemia de pediculosis, es decir, de piojos. Guarderías, jardines de infantes, escuelas primarias, secundarias, preparatorias, cursos de verano, privados y públicos, baratos y caros, los niños periódicamente son revisados y puestos en cuarentena ante la sospecha de tener piojos. En las redes sociales mexicanas aparecen los anuncios de productos preventivos del contagio. Al parecer, si a los niños por costumbre se les llama “mocosos” por las gripes recurrentes de los primeros años, aquí podríamos  también llamarlos  “piojosos” por la frecuencia del riesgo de contagio.


Los piojos de verdad son nada acariciadores, dan una comezón insoportable, pican, molestan, segregan, chupan sangre, quién sabe a qué grado puede minarse la tranquilidad y la salud de alguien severamente infestado.

Un insulto, muy mexicano también, es el de "piojoso"; no infantil, claro, sino con la bien adulta carga elitista del caso: el piojoso es un don nadie, prácticamente un paria; merece nada, nadie lo conoce ni lo estima. “Puro piojoso”, “ese piojoso”, “sólo estaban unos piojosos”.

A mi hija la regresaron hoy del jardín de niños porque le encontraron una liendre. En su grupo se declaró la epidemia desde el lunes: un 25% del salón se encuentra suspendido. Mi hija (todavía) no. Si mañana en el filtro no le encuentran ningún pedacito blanco, ni detectan ningún movimiento extraño, puede regresar: igual que una golondrina no hace verano, una liendre no hace pediculosis. Que no acerque a otros niños, que no los toque, que no compartan una almohada, un gorro, un peine, un alimento, el pasto, la vida, afloran todos los prejuicios. ¿Y para qué va a la guardería si no a compartir con otros niños, a convivir con juegos y alimentos? Compro el shampoo medicado que viene con un peinecito, el spray repelente para después de peinarla, suspiro.

Cuando se transgrede el tabú de hablar de piojos, parece más frecuente reconocer el caso en hijo propio. Cada quien aconseja algo: jabón zote, diesel, vinagre. Que el que esté libre de todo piojo tire la primera piedra. Que quien nunca sintió el miedo de que el piojito que le hacían no fuera frase familiar, grite “piojoso”.

Me pregunto, viendo a mi hija que se deja escarbar mansamente en el pelo con el peine de dientes cerrados para sacar piojos, qué piojosito de hoy terminará por hacerle piojito a mi piojosita el día de mañana. También los gigantes empezaron desde pequeños.