jueves, 5 de abril de 2012

Jueves santo

Mi hija ama las ferias. Mientras más insegura, más antigua, más oxidados y poco recomendables los juegos mecánicos -un carrusel con vagones cortados a navajazos, llantas de bicicleta para que giren los coches de princesas, caballos despintados que lanzan chispas eléctricas al girar, freno de corto circuito, góndolas de superhéroes irreconocibles- mayor su entusiasmo.

A la vuelta de nuestra casa, para el 15 de septiembre y el Día de la Virgen, noche de Reyes, Jueves y Viernes Santo, se pone una feria pequeñita, apenas cuatro o cinco puestos frente a la iglesia; uno infaltable, el de las canicas en los hoyos para llevarse un premio, nadie se va sin uno a casa. Junto a ellos venden buñuelos, pan de nata, antojitos, atole.
Cuando regresábamos hoy de la calle las dos, el radar de ferias se le encendió dos cuadras antes, intuyó los carromatos; fue imposible ocultársela. Mi marido quedó en llevarla a  la feria en la tarde, yo no puedo dar un paso más. Mi afán por recuperar no ya la figura sino al menos la agilidad y la fuerza me hizo ejercitarme demencialmente esta semana santa, y ahora camino como robot, me duele sentarme en el baño por doblar las rodillas, me agota pensar siquiera bajar y subir una vez más las escaleras. No puedo ni nadar sin sentir que me contracturo.

Mi marido se toma su tiempo.
Hay que aclarar que tenemos dos tempos divergentes en casa: la niña y yo comemos rápido, hablamos rápido, pasamos rápido al baño, nos peleamos y reconciliamos rápido, quemamos en un momento toda nuestra energía y estamos listas en cinco minutos.  Somos gente de fósforo, que se enciende y se apaga rápido. Mi marido se toma el tiempo al comer, al escribir, al leer, al tomarse un trago, al planear salir, al lavar los platos, mira aunque esté frente a ti hacia el infinito y su estado sen es permanente, cuando platica de algo te lo cuenta desde el inicio. Su combustión es lenta. Ir a la feria y a caminar en la tarde se convierte en salir en la noche, mi hija le tumba la puerta del baño, le zapatea para que se ponga los zapatos, se desmadeja para que deje de relavar los platos ya lavados, y cuando consigue que se vayan han pasado dos horas.

En nuestro edificio hay obra desde anteayer, todo el santo día martillan, golpean, raspan, se ponen de acuerdo, abren y cierran puertas.
Mi hija vuelve exultante, su tiempo y el de mi marido conciliados, se completan las oraciones, respiran al unísono, su premio es un libro de colorear con crayolas. Definitivamente cada quien habla de la feria según le van en ella.