domingo, 4 de marzo de 2012

Viajar

Hay verdades de fe de carbonero: no las piensas, las repites, no sabes de quién son pero en el fondo crees en ellas de manera militante, o bien con vergüenza o en secreto: "Una madre necesita mantenerse al alcance de la prole para conservar el título".
Ayer, cuando peinaba a mi hija para que fuera al jardín de niños, sentí un abismo al pensar que volvería a peinarla en poco más de diez días. Voy de trabajo a París por una semana. Algo tan positivo en cualquier otro contexto, me tiene aterrada, alérgica, temblorosa, insomne. ¿Y si su papá no puede peinarla? Sé que puede bañarla, cuidarla, dormirla, llevarla a la escuela, cocinarle, jugar con ella, pasearla, amarla igual que yo. Pero, ¿peinarla?
Por mi parte, yo nunca me peino; me desenredo después del baño, me pongo algo que lo mantenga ordenado, o más bien, es lo que desde los 9 años menos me ha importado del arreglo personal. Aretes siempre, peinado no. La última vez que me hice peinar fue el día de mi boda. A mi hija tampoco la peino los fines de semana, le desenredo y lavo , pero no la lleno de moños ni le tenso, tan agotada su hermosa cabellera por las exigencias escolares de contención. ¿Por qué me desespera el peinado de mi hija cuando no esté, siendo una vehemente defensora de que a nadie determina el peinado ni lo marca si una semana va sin peinarse? Pocas cosas me molestaban más de la guardería que el afán por tensarle y fijarle su hermosa y rizada cabellera con cuanta liga y pasador encontraran las maestras. Tres años después, confieso que por mi parte a duras penas le hago la raya para poder poner moños y broches.
Pero sí me doy cuenta de lo que oigo detrás de la fe de carbonero, tan tranquilizadora: ¿Y si yo fuera prescindible en su vida? ¿Qué puedo darle yo, solo yo, aparte de peinarla? Tiene 3 años y 3 meses, ¿y si ahora ya no me necesita para algo más? Consciente del ridículo de mis preguntas, de lo inconfesable de mis miedos, hago la maleta. Ella estará feliz y resentida, al volver a verme, como yo cuando era niña y mi madre viajaba. Pero sabremos las dos -en alguna parte más importante que el pelo- que ya podemos vivir la una sin la otra, aunque sea mejor no enunciarlo por unos cuantos años en voz alta. La fase del capullo terminó hoy, para ambas.
Puedo ser su mamá y estar de viaje, contenta; años después ella podrá irse de viaje y seguir siendo mi hija aunque viaje sin mamá.