Cuando era niña estaba convencida de ser la hija de un semidiós.
Enorme, dueño de la voz más potente, sano hasta la inmortalidad, fuerte hasta
lo inimaginable, mi padre era una energía cósmica, más que un huracán,
más que un terremoto. Llegaba a cualquier lugar a hacerse oír, a hacerse ver.
Al anunciarle el nacimiento de mi hija, mi padre renació.
Del dolor y la amargura por un luto prolongado, sus ojos volvieron
a llenarse de ternura, y mientras ella se desarrollaba en mi vientre, él le
armó el más hermoso libro de bebé: rotulado con su mejor letra, todos los pintores amigos que pasaron por su galería de arte durante esos meses hicieron a pedido suyo un apunte, un dibujo, un
bosquejo, para la llegada de la anhelada nieta.
Mi padre vivió a veces su fortaleza hercúlea como una
discapacidad. Sus manos, demasiado grandes, podían estropear por exceso,
magullar el brazo de mi madre al sostenerla por evitarle una caída, romper unas
copas al tomarlas con demasiada presión, apretar de más un tornillo y barrerle
la rosca. Pero mi hija tuvo el privilegio de que él la cargara desde recién
nacida. “Ella es fuerte”, decía al cargarla, “por eso me atrevo”. Hay varias
fotos de esa primera navidad, del primer fin de año, ella en sus brazos, menos
que un ramo de rosas en botón, asomando a la vida apenas en un vestido
floreado.
Un mes antes de morir la miró con toda la sabiduría del amor
y me dijo “la fuerza de la vida, unos vienen, otros nos vamos”. Le dejó comprado el vestido de cumpleaños,
ella se lo probó delante de él y lo modeló con un baile.
Mi hija lo rebautizó, lo adoró, gozó del mejor abuelo del
mundo durante casi cinco años. Cada vez que comía algo rico, que pintaba algo
especial, que aprendía una canción nueva, decía que iba a contárselo a su Babu. Desde
el comienzo ella misma le puso el nombre. Llena de alegría y convencida de ser
la nieta de un semidiós, jugaba con las palabras, y un buen día le gritó “Babu,
babito, Babel”. Es el padre que prefiero recordar, ella enviándole todas las
semanas besos, deseándole que soñara con ella, pensando en qué paleta le
gustaría más; y él sin poder pasar nunca más de largo por un programa infantil
televisivo sin pensar si a ella le gustaría, o salir de una tienda sin
comprarle un peluche, una carterita, una revista, un libro.
El sábado le tuve que decir que el Babu había muerto. Quedó sin
palabras. “Tal vez reviva para mi cumpleaños”, me dijo. Ayer me susurró que si
hubiera un temblor, ella lo salvaría: levantaría con un brazo la cama del
abuelo y no dejaría que nada le hiciera daño.
Adiós papá, señor del Absoluto, ¡Babu, Babito, Babel!
Es la tercera vez que lo leo hoy y sigue haciéndome llorar, sobre todo el último párrafo. No puedo imaginarme lo duro que habrá sido para ti darle la noticia de su Babu.
ResponderEliminarLes mando otro abrazo a las dos.
También para ti el abrazo, Eriquilla, fue terrible, ha sido una semana cruel.
ResponderEliminarYannita: No he sido capaz de encontrar las palabras adecuadas que puedan traducir la conmoción emocional que me produjo el texto de su autoría BABÚ, BABITO, BABEL, por lo que, en esta única y especial oportunidad, me voy a limitar a que fluya mi instinto de animal sensible para expresarle, en forma atropellada pero con una semántica corazonal auténtica, que es la que está sobre las otras semánticas, el surco hondo que abrieron sus líneas en mi alma,, la que pudo palpar en ellas la humedad de sus lágrimas por la pèrdida, nunca definitiva, de su señor padre, a quien Ud., con acierto preciso, llama Señor del Absoluto; la que pudo ver, por la nitidez con la que Ud. grafica los recuerdos, la ternura increíble que unió con sus lazos indestructibles a ese dúo de amor conformado por el abuelo Juan y su nieta Inés. Pude ver còmo su hija bailaba ante su "BABÜ" con el vestido que él le había regalado para que lo luzca en su cumpleaños, pude escuchar parte de las canciones que Inés le cantaba a ese personaje irrepetible que fue y que seguirá siendo Juan Haddaty Saltos, pude percibir lo más significativo de la Vida al disfrutar, porque también las disfrute, con el relato que Ud. trazo de vivencias tan llenas de dulzura. Mis sentidos experimentaron otras fuertes sensaciones; más, la más conmovedora de ellas, fue ese grito de BABU, BABITO , BABEL con el que Inés llamaba a su abuelo, grito que se quedará resonando, de manera indeleble, en los oídos de quienes no hemos podido evitar mojar nuestros ojos ante el caudal de amor filial de una hija hacia su padre y de un abuelo hacia su nieta, añadiendo aquí en este punto ese clásico y necesario " y viceversa".
ResponderEliminarReciba Ud. Melania , Milena, Inés, su esposo y toda su maravillosa familia, mi abrazo afectuoso, el de mi familia y uno especial de Sonita, quien lloró de ternura con la lectura de su página conmovedoramente poética. SONIA MANZANO VELA